¿Puedes intentar no acostumbrarte a mi?
-Claro. Podría intentar con todas mis fuerzas no acostumbrarme a ninguna persona de las que me rodean. Me dejaría en la cabeza en todo momento la idea que somos pasajeros y momentáneos, que chocamos por algunos instantes por mero efecto mariposa y que un segundo cualquiera de pronto se tendrán que ir, que no vale la pena quedarse con la esperanza marchita.
Podría repetir medio sonámbula todas las madrugadas algunas palabras que me ayuden a llevar acabo mi cometido y cuando me tiente el deseo de dejarme llevar, darme un pellizco para no caer en la fantasía mercantil que ofrecen los carteles publicitarios que hablan de la felicidad eterna.
Posiblemente de hacer eso cuando te fueras no iba a sufrir. Pero siendo franca se que de igual manera, posiblemente todo ese tiempo que nos queda por compartir juntos estaría tan preocupada por no acostumbrarme a ti, que me terminaría acostumbrando a todas las noches obligarme a no pensar en ti como algo mas allá de lo superfluo, a no creer que existimos en la mutualidad de este cariño. Con certeza predigo que me arrepentiría de no habérmelo creído. Entonces después me veré sola y demacrada frente al espejo ansiando ver tus manos en mi portón.
Me volvería extraña a lo que conozco. Me comería las uñas de los dedos hasta sangrar, los mocos, incluso hasta el cabello. Dejaría de ducharme, daría patadas al aire, piruetas en la cama, golpes en la cabeza, discos rayados, cartas rotas, vomito, vomito por doquier ... Todo el amor que ignore en este tiempo me saldría a borbotones por cualquier vía de escape posible en ese preciso instante.
Uno debe ser mas inteligente que eso. De ese modo, te diré que la costumbre para mi es algo inevitable y que por inercia en la frecuencia de compartir el alma sucede. Así que jugar a hacerse el fuerte no serviría de nada en una situación como la nuestra. Mejor berrear, sonreír, hacer rabietas de locura entre tus codos, llenarte de palabras, darte cada día una cajita con cosas invisibles, cosas nuevas hasta para mi. Hacer que veas mi alma desnuda, mis sentimientos tan susceptibles, a mi queriéndote sin temor. Que sepas que me va a doler cuando te vayas y que sepas también que no me voy a morir. Que veas lo viva que me siento aquí. Que sepas por ultimo que mi tarea ahora que no estés no sera rellenar tu espacio con lo que sea que primero se me atore entre las manos, mas bien será mirarme a mi misma y recoger lo que este por los suelos. Acostumbrarse no es tan malo. El problema viene de la negación letal y profunda de pensar siquiera en alejar la vista de ese recuerdo grato y cómodo, el problema será la incertidumbre de no saberte, de no besarte, de no querer tumbar los muros que construimos.
Pero tu y yo ya sabíamos desde el momento justo en que nos cruzamos por la calle, que solo compartiríamos un fragmento de nuestra juventud. Y que si te espero o vivieras esperando la oportunidad para volver a buscarme, nos perderíamos de las cosas que en lo incierto pudiéramos encontrar. Así que no me pidas no acostumbrarme, porque así será y posiblemente un Martes a las 6:30 de un invierno cualquiera, te detendrás de golpe en cualquier sitio en el que estés y recordarás que ese es mi momento preferido del día para vivir.
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