jueves, 28 de febrero de 2013

Infancia.

¿Sabes? Estos días me la he pasado pensando en ti, y todo desde el día en que Adrián y yo fuimos por un helado. 
Nos la pasamos toda la tarde juntos; hablamos del clima, del aumento en el transporte, de las aves de mi abuela, de comida y principalmente de películas. Resulta ser que es su tema favorito de conversación. Me ha recomendado unas cuantas películas extranjeras de nombres muy extravagantes, que sin la menor idea de cómo se escribían los títulos he prometido ver.
De camino al coche pasamos por la librería del centro y nos decidimos a echar un vistazo por si había algunas novedades. Entre algunos títulos recomendados por la señora miope que atendía, me he decidido a comprar “El violinista en el tejado”, por supuesto que no he comenzado a leerlo, ya que tengo una pila enorme de libros que debo terminar y he dejado abandonados estos últimos meses.
Ya de regreso a casa, los temas de conversación estaban casi agotados. Nos quedamos callados y hubo un momento en el cual el silencio comenzó a ser un poco incómodo, daba la sensación de que el carro se encogía y el aire era denso, me di cuenta de que era la primera vez que no tenía nada que decir.
Adrián tenía puesta la radio en la única estación que consideraba decente y como la música no era de mi agrado baje el volumen hasta dejarlo en cero, esperé una respuesta de su parte, pero tenía la vista al frente. Lo observé muy detenidamente por unos segundos para ver si así podía forzarlo a romper el silencio con algún ¿qué?, pero él iba concentrado en el camino y entre las cosas que supongo traía en la cabeza no se percató en ningún momento que lo observaba con tanta desesperación.
-¿Qué es para ti la vida?- Le solté de repente. En realidad no quería saber la respuesta, pero supuse que era tal vez una buena pregunta para comenzar a charlar de nuevo. Me miró de reojo y permaneció pensativo durante dos semáforos en rojo, que me parecieron algo más que una eternidad. Cuando por fin habló, se encogió de hombros y sin mirarme dijo: “La vida es simplemente una propiedad de un tipo de materia específico y no hay más, me molesta que la gente se enajene tanto con una duda tan boba.” De todas las respuestas que estaba imaginando en mi cabeza, en ningún momento creí obtener esa. Sus palabras fueron directas y cortantes, no me atreví a contradecirlo. –Cierto- Dije en voz baja y fingiendo una sonrisa volví a subir el volumen lo suficientemente alto para dejar claro que había terminado la conversación. Él tampoco hizo un intento por seguir la plática, así que el poco trayecto restante se dio entre música country de los 60’s y el ruido del viento helado entrando por la ventanilla trasera. Llegamos por fin a mi casa, nos despedimos con la urgencia de alejarnos del momento y de frente al portón, me quedé parada hasta que vi desaparecer el carro unas calles adelante. Adrián siempre ha sido un poco huraño, pero nunca lo había sido conmigo. Bueno, supongo que como dice la gente, “siempre hay lugar para una primera vez.”
Me quedé toda la noche despierta pensando en si Adrián tenía la razón y entonces yo soy boba por pensar en estas cosas y la vida es simplemente una propiedad de la materia. Pero es que a veces me parece más que eso. Principalmente cuando pienso en ti y en todas las cosas que nos pasaron desde el primer día en el que vi el lunar en forma de caracol de tu brazo izquierdo, esos días cuando llevabas tu overol y tu camisa roja a todos lados, cuando creías que eras un superhéroe y te amarrabas las toallas de tu abuela al cuello para volar. La pasábamos lindo en nuestro pequeño mundo, lleno de todos esos dientes de leche que obligábamos a caer en cuanto flojeaban, sólo para recibir la generosa recompensa de 5 pesos que nos daba el ratón de los dientes por las noches. Tú y yo siempre seremos todos esos refrescos en bolsita y con popote que nos tomamos en las tardes de verano, imaginando que las nubes eran cosas, muchas cosas, menos nubes.
Las casas del árbol que construimos juntos, nuestros papás sonriendo al fondo mientras corríamos por toda la playa buscando tesoros, y ni cómo olvidar la vez que sentí miedo de ser abandonada, que fue la primera vez que fuimos a preescolar. Me quedé llorando en la puerta porque mi madre se había ido y tú viniste a abrazarme y a prometerme que nunca me dejarías sola. Luego me defendiste de todos esos niños abusivos en los columpios, te suspendieron dos días por haberlos golpeado y cuando volviste te tomé la mano durante todo el recreo, y te dije que seríamos amigos para siempre. ¿Ya no recuerdas las vacaciones que hicimos juntos? Cuando visitamos el zoológico y una jirafa lamió tu cara, luego tu padre nos compró esos graciosos sombreros de Tucán que aún conservo en la repisa.
Cierro los ojos y me acuerdo también cuando las noches dejaron de gustarte y no querías volver a tu casa porque de pronto todos esos monstros horribles de los cuentos de terror invadían tu cama y no te dejaban dormir, te hacían todas esas marcas feas en la espalda y los brazos que arruinaban el singular lunar de tu brazo izquierdo. Entonces yo decidí que debías escapar a mi casa y todas las noches te escabullías por la ventana para refugiarte bajo mi cobija de vaqueros. De eso nunca nadie supo porque era nuestro secreto de mejores amigos.
Tú limpiaste mis lágrimas tantas veces que yo no sé porque no me dejaste hacer lo mismo por ti, como la vez que salvamos un gatito de morir y quise llevarlo a casa, pero mamá me gritó y me dijo que jamás, ¡jamás! podría tener un gato.
Entonces yo creí que mamá nunca iba a querer una mascota, y ahora Lady Catherine se pasea por la cocina meneando la cola para que le den alimento. Es la gata más gorda que he visto, estoy segura que le harías muchas bromas si la hubieras conocido.
Mi abuela dice que todo cambia de a poquito y me acuerdo que al tiempo que alejaste a los monstruos de tu casa dejamos también de trepar a los árboles, y comenzamos a preferir sentarnos a platicar o escuchar música, un día pensaste que sería buena idea tocar la guitarra, te aprendiste todas mis canciones favoritas.
Fue entonces que yo te regalé en san Valentín una carta con un corazón y tú me escribiste poesía de la más bella que he leído, pero dejaste de escribirla sólo porque tu padre dijo que era estúpido y no te llevaría a nada. Y desde que escuchaste esas palabras, siempre estabas triste o enojado, siempre hablando de escapar, con tantas ganas de estar solo. Ya no salías a la esquina a platicar o escuchar música, tuve que enviarte una carta con tu hermana pequeña donde te decía que quería que escapáramos juntos, de verdad que lo quería, pero tú no respondiste. Pasaron 5 semanas y cuando volviste a salir ya no lo decías y hablabas muy poco y cuando yo te quería abrazar tú no lo permitías, porque decías que llorar no te gustaba.
Por eso es que no pude entender porque cuando leí tu carta estaba mojada y no viniste a casa a que yo te salvara como cuando éramos niños. ¿Por qué dejaste de escribir poesía? Hubiera colgado todos tus poemas en mi refrigerador, como cuando mi madre se siente orgullosa de algo y entonces va y lo pega ahí para que todos lo vean. Todo mi refrigerador estaría lleno de tus poemas. Y si no cuelgo tu carta, es solamente porque es lo peor que has escrito. Aunque algunos días ni siquiera piense en ti, tengo la impresión de que estoy viviendo algo ya escrito y me da la sensación podrida de estar en pausa. Hace mucho que no tengo uno de esos días cuando uno se despierta y siente que le regalan una bandejita de acuarelas para poder hacer las cosas a su antojo, entonces te pones un poco liberal y un mucho soñador. Hoy, por ejemplo, Me he levantado temprano y sin moverme de la cama prendí la pc, busque algunas noticias, bebí el té y de pronto me dio la impresión de que ya sabía que iba a suceder este día.
Y supongo que así te sentías tú siempre, porque escribiste en tu carta con la letra más grande que pudiste: “VIVO EL MISMO CICLO PODRIDO Y SÒLO ASÌ PUEDO ESCAPAR” Y para hacerlo te metiste al baño por la noche y te diste un corte en cada una de tus muñecas, porque esa fue la manera que elegiste de escapar. Acordarme de eso me desaparece por consecuencia las ganas de levantarme.

Pero luego me acuerdo que hay gente que espera que esté sonriendo y que tenga ganas y creo entonces que mi día no es una cosa tan seria, porque mi primito Fidel ya sabe escribir algunas palabras difíciles, como: maleta, papalote y espuma. Y le dado un excelente y un beso, le he dicho también cuanto me hace feliz que le guste venir a estudiar…
Tú no te acordaste de mí y eso no te lo perdono, porque escribiste todas esas palabras que quisiste escribir, me quebraste… no pensaste en que yo por siempre he querido salvarte, y que tú prometiste no dejarme sola nunca, me abandonaste porque ya no soportabas estar aquí y nunca sabré si entonces tampoco me soportabas. Y eso me duele, porque yo siempre te quise a mi lado.
Pero bueno; No todos los días puede tener uno las ganas de vivir, a veces nada más tienes que intentar echarte a la corriente y tener la esperanza de que en el trayecto algo te despierte y te haga hacer más cosas que simplemente existir. Yo te extraño, te extraño mucho, pero como veras las cosas han cambiado y ahora puedo quererte un poquito, puedo pensarte y sonreír. Y para que lo sepas, no me importa si la vida es una propiedad de la materia o no, porque lo único que me gusta de la vida, es que siempre habrás de cambiar, a veces aunque no lo quieras.

1 comentario:

  1. Hola, no sé quién eres. Llegué a tu blog porque ese mismo nombre era antes usado por otra persona que creía iba a encontrar en este link. Me han atrapado tus letras. Saludos desde otro lugar.

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