jueves, 28 de febrero de 2013

Infinito

Tenia las ganas puestas en el cielo y la temperatura de su mano me indicaba sin tener que mirarlo de reojo, que sentía lo mismo. Me quite los zapatos con mucha lentitud, uno por uno. Sentí el fresco de la tierra: húmeda, vivida; entonces de un movimiento me puse de puntitas y pude divisar mejor el horizonte. Sonreí al oler su infinito. Ya no había nada mas que hacer y no queríamos nada mas tampoco, mis ojos se embriagaron de ese azul intenso y fije mi mirada hacia otra parte como queriendo asimilar ese pequeño episodio que nos encontrábamos viviendo.
Aun teníamos las manos entrelazadas y el me miró con esos gigantes círculos grises que nos habían llevado hasta ahí, el tenia una de esas miradas que lo dicen todo y eso era lo único con lo que podíamos hablar tan seguros de lamernos el alma. Me sonrió como adivinando algo y echamos a correr. Nunca había corrido con tanta desesperación, con tantas ganas, ni cuenta me di de que estaba descalza. Tuvimos que detenernos al estar a unos cuantos centímetros para tomar un poco de aire y yo me asegure de que su ritmo cardíaco se estabilizara . Cuando estuvo listo lo tomé entre mis brazos y lo coloque en la cestilla, tuvo un poco de miedo cuando lo solté, pero asentí con la cabeza y le acaricie la oreja izquierda para tranquilizarlo, como lo había hecho siempre.
Cuando estuve de su lado el corazón comenzó a pelear por salirse de mi cuerpo. No dolía y aunque temblaba, estaba disfrutando de aquello de que por fin seriamos aves. Hice todo lo necesario para echar a andar aquella simple maquinaria. Ya había estudiado con anterioridad todo lo referente al viaje, así que eso me hacia sentir mas segura. De pronto comencé a sentir mis pies ligeros y note que el suelo ya quedaba muy por debajo de nosotros. Nos volteamos a ver sorprendidos y sacando las manos por la canastilla comenzamos a volar. Ya todo podía terminar como debía, ya era justo.
Después de ver el atardecer nos tiramos en el piso de aquella canasta y empezamos a ver aparecer una a una las estrellas. Tome su mano de nuevo y comencé a llorar de felicidad. El me miro con tanta fuerza a través de la obscuridad, con tantas palabras en sus pupilas que me quede boquiabierta escuchándolo. Cuando termino aquel discurso cerro sus ojos y supe que ahora el infinito se lo había tragado de una tajada. Me quede ahí, pasmada, aun con su mano inerte enlazada a la mía y cantando en voz baja su canción favorita, aquella con la que muchas veces nos salvamos de la vida.

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