jueves, 28 de febrero de 2013

Mi tía María

Posiblemente yo sea una de esas personas a las que le gusta llorar por todo o en un termino mas lindo, muy sentimental. La verdad es que conocía muy poco a la Tia Maria, la había visto algunas ocasiones cuando venia de visita a casa de mi abuela junto con dos hermanas mas: Pachita y Juanita. Las cuatro se sentaban a tomar café en la salita del porche y platicaban asuntos de la iglesia y de la vida. La tía Marìa era la mas elegante de todas. Tenia siempre unos collares muy ostentosos (de colores muy llamativos y brillantes), el pelo corto al estilo de los 40's, los dedos llenos de anillos y su ropa era muy fina, siempre adornada con algún lindo broche.
Me gustaba escuchar las historias de esos broches. Viajes a Roma, cafés en París, Bailes en España, Colectas en Argentina, El barrio de Colombia y mi preferida, su romance en Italia. Tenìa buenas historias para contar y en sus ojos se veìa el ansia de volver a la juventud siempre que relataba aquellas aventuras. La tía Maria era toda una dama,los labios color carmín y el abanico bordado en la mano derecha. Cuando tomaba café alzaba el meñique, se tapaba la boca coquetamente al reír, sonreía a todas las personas y su olor llenaba cualquier habitación que pisaba. A sus 70 años la vitalidad le brotada como presa desbocada de cada poro de su piel.
Mi abuela en cambio, era la más humilde de las cuatro. Su ropa sencilla y vieja, su cabello descuidado y cortado por ella, sus tenis, sus diademas que no combinaban y sus ojos, tan cansados. A veces cuando todas reían, veìa a mi abuela solamente mover la cabeza para no parecer fuera de lugar. No es que le importara mucho, pero cuando se daban cuenta de su apatía ella siempre decía que había perdido todo atisbo de esperanza y ganas de vivir cuando se murió el amor de su vida, el abuelo. Todos guardábamos un silencio incomodo al instante y la tía Marìa hacía algún comentario de sus gloriosos años para salvar aquella situación. Nadie hablaba mucho del abuelo porque a la abuela le entraba la tiricia y todos queríamos a la viejita con vida, así que evadíamos a toda costa ese tema, doloroso para todos.
La tía nunca se casó. Vivía en una enorme casa sola, tampoco tuvo hijos, solamente tenìa un perro llamado Clemente y un chofer. No me explicaba de donde tenìa tanto dinero si no trabajaba y en sus manos se notaba que nunca lo había hecho, aunque ese tampoco era un tema que se tocara en casa y yo nunca le di demasiada importancia, porque aunque tenìa mucha curiosidad,posiblemente mi madre se enojaría conmigo si descubría mis impertinencias, así que prefería dejarlo pasar.
Un día, estaba sentada viendo el televisor y la tía entró a mi cuarto. Pegué un brinco por la sorpresa y ella simplemente me sonrió. Se sentó al borde de la cama y comenzó a inspeccionar mi habitación. Estábamos en silencio, permanecimos de esa manera durante un rato y luego dijo: - Me gustan tus aves de papel, las había visto el otro día que no estabas en casa y dejaste la puerta abierta. Traje este bonito papel para que me hagas unas, quiero decorar la puerta de mi baño con una tira de estas aves.
Acepté con gusto, aunque con poca determinación por hacerlo. Siempre que iba hacerlo lo postergaba por alguna otra cosa y cuando la tía venia de visita me disculpaba usando la tarea de pretexto. Luego enfermó y yo pensé en ir a visitarla al hospital (después de todo no tenia una familia propia) y llevarle esas aves que le había prometido, pero siempre encontraba un buen pretexto para evitar ir al hospital. Pero.. esta mañana cuando me desperté me dijeron que había muerto. Y primero no pude entenderlo ni sentir nada, solamente dije: "que mal" seguí vistiéndome. Mi mamá que no esperaba ninguna respuesta dramática de mi, salió de la habitación, y yo me quedé ahí, haciendo nada. Luego tomé las hojas de papel y comencé a hacer las grullas, no se exactamente que pasó pero creo que cuando las terminé salì corriendo hacia el parque con las grullas en la mano, las arrojé a un árbol (mi árbol), esperaba que cobraran vida... me sentía tan mal que solamente pude quedarme ahí sentada, con las manos abiertas, como se espera un milagro. Cerré los ojos e imagine a la mujer elegante dedicándome una sonrisa por haber recibido sus aves de papel..

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